Soy Hondureña y también pido refugio
#Especial / Diana Manzo / 10 oct (#istmopress).- Julia de 32 años es hondureña, es una de las cientos de migrantes que llegan a México para pedir refugio de la violencia que viven en Centroamérica, vive huyendo de los grupos delictivos que mataron a su hijo de catorce años hace un año, ha sido deportada en dos ocasiones, añora llegar a los Estados Unidos, donde su madre y abuela la esperan.
A Julia, la acompañan tres hijos menores, quienes deambulan con ella día y noche desde el pasado mes de Junio cuando abandonó su país por temor a que la maten y también a sus hijos.
La mujer migrante no olvida el 2 de Octubre del 2014, cuando envió a su hijo a comprar comida y nunca más regresó, lo habían secuestrado los grupos de pandillas, quienes dos meses después lo asesinaron asfixiándolo y arrojándolo en un terreno baldío.
Con lagrimas en los ojos, sus manos sudando y entrelazadas, Julia describe que su entorno antes de la muerte de Carlos era de felicidad y armonía, no creía que la violencia y el pandillerismo de Honduras le tocaría y mucho menos quitándole de la vida a su primogénito.
Su vida giraba en torno al trabajo y la de sus hijos de la escuela a su casa, vivía en una zona media de la capital de Honduras y a pesar que escuchaba en los medios de comunicación la gran inseguridad que se vivía en su país, no se imaginó que le tocaría.
“Mi madre y mi abuela siempre me decían que me fuera a los Estados Unidos, pero mi necedad de vivir en mi país, ponerme la playera y hondear mi bandera era mi vida, salíamos de paseo con mis hijos, vivía estable, ellos iban al colegio, pero ese mes de Octubre, el triste y doloroso decimo mes, todo cambio, los pandilleros de centroamérica me lo quitaron, solo me quedó el recuerdo de su bicicleta, el cual pude rescatar antes de que lo tiraran y lo guardo como un tesoro”, puntualizó.
Frente a la imagen de Jesucristo, Julia siente como su sangre hierve, llega al corazón y pasa la mente, porque se siente incompleta y triste de no poder llevarle una flor a su Carlitos como lo llama.
“Enterré a mi hijo y dije adiós a mi casa, las amenazas comenzaron, primero con recados de que me iban a matar, posteriormente destruyeron el departamento y se llevaron mi pasaporte, cuando intenté solicitar uno nuevo, el consulado de Honduras me lo negó y ahora junto con mis hijos somos migrantes, la violencia me hizo fugitiva y sin papeles de nada”, detalló.
La migrante en dos ocasiones ha sido deportada, la primera vez cuando apenas cruzaba el Río Suchiate, unos hombres la detuvieron y regresó a su país, solo lo pisó unas cuantas horas y posteriormente respiró hondo y retornó a México.
“Por segunda vez regresé a México, pero esta ocasión tomé precauciones, me uní a un grupo de migrantes, quienes viajaban de El Salvador, Honduras, Nicaragua y Guatemala, íbamos el trayecto muy bien, pero por segunda vez nos detienen y trasladan a la Garita de Tapachula, que más que un espacio digno es una prisión donde abunda la discriminación y la intolerancia hacia el migrante”, puntualizó.
Julia estuvo en la estación migratoria aproximadamente doce días, describió el sitio como garrafal y prisionero, “Comíamos tortillas y vegetales como son arroz y frijol, más de cien migrantes convivíamos en un espacio de cuatro metros cuadrados durante el día y en la noche nos encerraban con candado en unas celdas, como si fuéramos prisioneros, mis hijos se enfermaron del estomago y la piel, mientras las autoridades simplemente nos daban agua y alcohol para curarnos”.
Al treceavo día, Julia y sus tres hijos son deportados por segunda vez a Honduras, las fuerzas parecían acabarse y las aspiraciones truncarse; sin embargo el refugio y las ganas de sobrevivir la llevaron a regresar otra vez a México.
“En esta tercera ocasión creo Dios me tiene una oportunidad, crucé caminos llenos de maleza, espinas y hasta dormimos en cementerios, pasamos días y noches caminando más de diez horas, tomábamos agua y alimentos de lo que la gente buena nos regalaba, hasta que llegué a Oaxaca y donde seguiré mi ruta hacia el norte”, narró.
Julia y sus hijos pasaron la ultima noche apenas el martes pasado en el Albergue Hermanos en el Camino, se van porque su destino es sobrevivir y es que a pesar de la ayuda que le brindó el sacerdote Alejandro Solalinde Guerra y Alberto Donis, coordinadores del refugió, el Instituto Nacional de Migración le negó la visa humanitaria por que no cumplió con dos de los requisitos.
“Me pidieron documentos de la patria potestad del padre de mis hijos y unos partidas apostilladas que solo en Honduras pueden otorgármelo, migración sabe de mi situación, que vivo refugiada en este país porque mi vida esta en juego, no pude entregarle los documentos y solicité la baja de la visa humanitaria, sé que mi destino y la de mis hijos esta en juego, pero no puedo mirar atrás”, recalcó.
Juliana ha llegado al norte del país, ahí pernota en espera de cruzar y abrazar a su madre y abuela en los Estados Unidos, no le queda otra que vivir como migrante y gritar que solo el refugio le ayudará a ser libre.
LA REALIDAD
Según datos de la Casa del Migrante Hermanos en el Camino, desde la implementación del Plan Frontera Sur (Junio 2014) los migrantes se han convertido en más vulnerables a la violencia, principalmente en el tramo Corazones en Chahuites, Juchitán y Unión Hidalgo.
El refugió a apoyado a más de 500 migrantes otorgándoles una visa humanitaria derivado de la violencia que viven en sus países sin embargo existe una discriminación y lentitud de la fiscalía del migrante, quien lo único que ha hecho es aplazar las denuncias.
Rubén Figueroa, defensor de los migrantes y miembro activo del MMM detalló que existen dos importantes rutas migratorias en el sureste, la del golfo donde los centroamericanos ingresan por el estado de Tabasco y avanzan hacia Veracruz y la segunda, la del pacifico que pasa por Chiapas y atraviesa el estado de Oaxaca.
Añadió que a diario ingresan entre 800 y mil centroamericanos en ambas rutas, pero que el 80 por ciento de ellos lo hace a pie a través de nuevas rutas como son caminar largas horas y cruzar territorios incomunicados donde son presa de la delincuencia organizada.
“Es cierto que se ha disminuido el trafico por el tren en un 75 por ciento, pero ha sido para mal, porque las nuevas rutas se han incrementado, los migrantes se han convertido en más vulnerables tienen que caminan en montes o a las orillas de las vías del tren, el camino es más duro, los asaltan a diario, los amenazan y les quitan el poco recurso económico que traen”, explicó.
En entrevista con Marcelino Daniel Matías Benítez, encargado de la fiscalía local del ministerio publico de Chahuites refirió que de Enero al mes de Agosto se tienen registrados 92 denuncias en legajos de investigación que contempla un total de 235 migrantes afectados.
Señaló que han detectado con base a las denuncias que el puente la Tembladera que se ubica en Corazones y el Rancho “El escopetazo” o conocido como basurero que se ubica dos horas antes de llegar al municipio de Chahuites, son los puntos de alto riesgo para los migrantes.
El fiscal de Chahuites dijo que en testimonios de los migrantes, han visto que son entre tres y cuatro personas quienes los asaltan con machete, escopeta y pistola en mano, los desnudan y los dejan sin nada.
“Al ser asaltados, son desnudados por los asaltante con la finalidad de registrar sus pertenencias, migrante se tienen entendido guardar su dinero dentro o debajo de la ropa interior”, refirió.
Dijo que la fiscalía y todo el equipo de elementos policiacos realizan rondines en estos tramos y también abarca el puente Tapanatepec y todo Chahuites.
“Hemos logrado la detención de dos personas que se ubicaban en la Templadera, su situación judicial es bajo proceso y se ubican en el reclusorio regional de Juchitán Oaxaca, seguimos trabajando para que se detenga la violencia contra los migrantes”. Concluyó.