Remigio, hacedor de tradiciones
*En memoria de Ta Migio que falleció este jueves, un artesano zapoteca de más de 60 años
#Juchitán 23 sep (#istmopress) -Su maquina de costura, aquel esqueleto de metal de color ocre donde hilvanaba hilos de color metálico y multicolores se ha detenido, los pies descalzos de Ta Remigio Matus, artesano zapoteca no lo moverán nunca más, su corazón se ha detenido y su alma se ha elevado al más allá, sus recuerdos serán ahora historia, fue un artesano durante 60 años de su vida, realizó bolsas y accesorios de palma y también sombreros tradicionales de la cultura zapoteca, el charro 24.
“Ta Migio” como lo conocían de cariño, cumpliría 73 años este 29 de septiembre, fue de la clase 33, su principal pasatiempo era el de sonreír y leer, durante 16 años laboró en la Casa de la Cultura de Juchitán en donde compartió y enseñó su arte con niños y adultos.
Aprendió el arte por un amigo de su padre, a falta de posibilidades de estudiar donde solo concluyó el sexto grado de primaria, acudía todas las tardes a su taller, le tomó amor a su trabajo, adquirió su maquina de costura, la única que conservó hasta el último día de su vida y con ella realizó las artesanías de palma con las cuales engalanó las fiestas tradicionales que se realizan en el Istmo de Tehuantepec.
Ser artesano para Remigio fue su todo, inseparable de su compañera de vida -su maquina de costura- que aunque estaba toda oxidada, remendada, la conservaba porque era su mejor herramienta de trabajo, nunca la cambio desde los 17 años que comenzó a elaborar bolsas.
¿Por qué nunca cambio su máquina ?-Le pregunté a Ta Migio- “Co, sha mama (No, hija), esta maquina la quiero mucho porque su sonido me arrulla mientras costuro las bolsas de colores, sin ella no podría realizar mi trabajo, sin ella no pudiera haber sacado adelante a mis hijos, es mi vida, es mi todo”.
Para que sus pies no se calentaran de tanto mover el pedal de herrería, Migio colocaba un pedazo de cuero bien sostenido para que no se moviera y de ahí comenzaba a costurar, siempre tenía trabajo, si no eran los accesorios de palma eran los sombreros de color rojo carmín.
Migio era viudo y vivía únicamente con una de sus hijas, en su pequeño corredor de tejavana comenzaba su labor a las 6:00 de la mañana, era puntual y disciplinado, ningún solo minuto se le pasaba, realizaba dos docenas de bolsas, abanicos, tapetes, o tortilleras a día.
A las 10:00 de la mañana tomaba un descanso, limpiaba su casa, le colocaba flores al altar de su esposa quién falleció hace unos años y después reposaba en su hamaca, a las dos horas volvía a retomar su ritual y concluía a las 4:00 de la tarde.
En las paredes de su taller improvisado conservaba infinidad de recortes de periódicos y fotografías, las de Macario Matus y de sus amigos los artistas y pintores de Juchitán.
Entre platica y platica, le pregunté ¿ Porqué quiso mucho al maestro Macario Matus? Y del cual se expresó: “Fue un gran hombre, independientemente de que escribía poemas y textos siempre me enseñó, compartimos la vida juntos, tomábamos nuestro mezcal y me leía bastante, cuando él fue director de la casa de la cultura me invitó a participar y dar clases de esto que sé, del tejido de las bolsas, inclusive mi esposa me decía que salir con Macario era una perdición (risas)”.
Las tiras enormes de cinta de palma que eran la materia prima de sus artesanías las conseguía con tejedores de la palma en Unión Hidalgo y Chicapa de Castro, quienes lo elaboraban a un tamaño y medida especial, eran de once tiras y de siete colores, cada quince día adquiría sus rollos de colores y de color paja y las guardaba en enormes sacos.
Las tijeras y los hilos multicolores y dorados no faltaban entre sus accesorios, también utilizaba envolturas de harina de maíz para cubrir por dentro las bolsas y tortilleras, todo era artesanal.
Sus sombreros que elaboraba con total cuidado y precisión eran los preferidos de los bailarines de danza folklórica para su participación en la fiesta de la Guelaguetza, decenas de ellos realizó para que artistas varones los usaran durante la demostración de baile en el cerro del fortín, no solo elaboró los de Juchitán sino de Unión Hidalgo, Ixtepec, Salina Cruz, Tehuantepec, y Asunción Ixtaltepec
Mientras trabajaba moviendo el pedal de su maquina y sus manos con la tijera y la cinta métrica, en el fondo la música de los sones istmeños y las cuerdas de la guitarra lo acompañaban desde que la luz del sol aparecía hasta que se esfumaba, sin olvidar de la lectura del periódico donde se enteraba de todos los acontecimientos.
Migio nunca se quejó de que no había trabajo, a diario entregaba de dos a tres docenas de sus artesanías a sus compradores del mercado 5 de septiembre , entre risas e ironía expresaba que aquí en Juchitán y en el Istmo las fiestas nunca se acaban y por eso siempre tuvo de que comer.
Le daba tristeza saber que su natal Juchitán el alza de la violencia se hubiera convertido en “el pan de cada día” como lo calificaba y que el origen fuera la falta de empleo.
Decepcionado de la situación social y económica compartió que “Un oficio” siempre es preferible para sobrevivir, un claro ejemplo fue él, que por más de 60 años realizó artesanías con su maquina de costura y del cual salió adelante.
Lamentó que ahora los padres de familia no inculquen el amor a las artes y a los oficios como la talabartería, la orfebrería, costura de trajes regionales y otros más que son mejores y reviven la cultura de los pueblos originarios.
Ser feliz era su misión y lo conquistó, adoptó el mezcal como su bebida favorita, los libros como su pasatiempo y su trabajo como su forma de vida, Remigio Matus falleció el 21 de septiembre, meses antes compartió estas palabras, que ahora reproduzco.
Diana Manzo / Agencia de Noticias Istmo Press