Lau y Tom chamacos de barrio / Víctor Fuentes

Con Ta Lau, no he cruzado ni el saludo, es un octogenario, larguirucho, de pelo ralo, antes de temblor era claro, casi rubio. Sus ojos mantienen un brillo almendrado, hace unos cinco años ayudé a un fotógrafo insipiente, digamos debutante, que le haría unos retratos. Me quería morder su perro y perdí la oportunidad de hablar con él, terminé cargando toda la sesión la pantalla reflectora y no hice más.

Me gusta ese tono almendrado de sus ojos, lo imagino a su 15, 16 ó 17 años, pienso en cuántas mujeres cayeron rendidas entre sus brazos, mismas, que se reflejaron en su mirada furtiva. Lo imagino rubio, delgadamente y alto. Tiene labios gruesos.

Ta Lau, es cada día más viejo, con el sismo, se vino abajo el maltrecho cuarto que daba a su corredor pequeño, tan pequeño como todo lo bueno que quedaba de su casa, única casa de bajareque medio en pie construida en Ranchu Gubiña, los censadores pensaron que se le cayó y le dieron folio. 

Aún no ha construido, ni creo que lo haga, prefirió, así como hizo con las despendas que la gente le donó. Hacer un jugoso negocio.

No le hace falta, algunas de sus vecinas me dijeron que lo veía desde chamaco usar un palito, piedra de río o un pedazo de ladrillo, o como lo sigue haciendo, usar olotes para limpiarse después de ir a cagar.

Lo han visto todas las vecinas, sentado en su taburete y su única silla al frente que le sirve de comedor, deja la comida medio terminada y se va a su baño de palmas, regresa, no se lava las manos y continúa saboreando el pescado tirado a la brasa que compra con Na Cristina.

Otras veces sale del baño, se prepara la comida, nunca ha enfermando como los escuincles tocan mierda ya tienen hepatitis, no se mueren solo les entra agua al hígado, pero los 40 días de convalecencia nadie se los quita.

Ta Lau, cuando hurgó las despensas y vio los rollos de papel higiénico, no quería ni abrir la bolsa, su compadre Tom, lo enteró nga Lou, naquiñeni guisiani guiiruca, Ta Lou, se sonrojó y después de pensarlo mucho, no batalló tanto, da la vuelta, separó las otras cosas, y llegó hasta la casa de Juana Man.

Sin hablar mucho, sacó del morral los rollos. Na Juana, para quitárselo de encima le da un cuarto de mezcal que le pidió. Se quedó con el papel higiénico que decía: ¡ánimo! con amor de tus hermanos de Monterrey.

El paso de los días de septiembre siguió temblando y las cajas y cajas de despensa venidas de todas partes. Ta Lau, al recibirlas, se paraba con sumo esfuerzo, aumentaba su achaque, ponía cara de damnificado, casi, casi de pordiosero, me decía su compadre Tom.

Después todo lo que le daban, dando la espalda la gente, él lo se lo llevaba a Juana Man, llenaba un morral percudido y volvía satisfecho.  

Una de esas veces, antes de irse le preguntó A Juana Man, para qué sirven unos botes y latas de fierro, y le dijo: te los voy a traer, solo que me darás mezcal del blanco, me gusta más.

De pronto sintió un dolor leve en el estómago, un dolor de varios días de cruda. Debe ser le dijo Tom. Sin titubear tomó el papel que huele, lo puso a su nariz con lunares que ya son verrugas finas, lo alejó luego. Co’, cadi ga’bu naa ya’se’ ca ma nadaa. Asombrado le gritó Tom.

Una vez abierto se preocupó, lo quemó con la colilla de cigarro que le quedaba a su compadre.  No sea una desgracia, que Juana Man ya no lo quiera, a ver si le llevas ese tercio de olotes.  Binni yooxho biri ga’bia. Vociferó Tom, retorcido de coraje.

Lalo, pinche Arqui, ya te conté todo dice Tom, me urge una maldita botella ahorita, aunque sea mezcal bata.

Le di un billete de veinte pesos, se fue Tom, como chamaquito recién bañado. Me quedé solo en la banqueta, qué pronto se nos fue la ayuda. Tom y Lau, piden que tiemble de nuevo para que la gente se compadezca y les manden cosas de las tiendas, cosas que solo sirven para canjes.

Uno porque, hacerlo con olote le salva de masajes a Ta Lau. Cuando tenga más años, estoy pensando ser como él, que no me importe nada ni enlatados ni papel y cosas raras de las tiendas grandes, mientras; ya estoy practicando con los olotes que mi vecina iba tirar con el carretonero.

Víctor Fuentes 

 

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