Niños de San Isidro Llano Yerba, cambian los rostros de sus Libros del Rincón.
Por Víctor Fuentes
Las escrituras que se producen en la escuela, casi siempre no salen de las cuatro paredes, sirven en su mayoría para tomar las lecciones que solo tendrán uso escolar, difícilmente se consideran el uso social de la misma. Una invitación abierta a ello, lo tuvimos la maestra Cira, mujer de la costa, y yo. En esa ocasión era el año 2014, invitamos a Mercedes Calvo, poeta uruguaya que nos compartiera su poesía a los niños, no se negó, al contrario, de inmediato intercambios cartas, y escribimos poesía, algunos de los niños le pedían un poema, a los que Mercedes nunca se negó.
Ese intercambio les orilló tener su biblioteca, se ponían a leer en voz alta, y leerles a los otros niños, hacían demostraciones de lecturas, leían poesía en las tardes de mucha neblina. Tomaban café y se volvían a sus casas, ya muy noche entre las calles empedradas de Totontepec.
Cuánto hace de ello, todo ese lapso nos ha ayudado a entender que la vida escolar, puede ser de otra manera. Cada que podemos organizamos, o participamos en proyectos que ella emprenda, además me invita a colaborar. Lo hago con el gusto, y con la esperanza de ver a muchos niños y jóvenes tomen la palabra. Puedan nombrarse, y valorar lo que se nombre de ellos.
Recién me han llegado dos cartas, sí dos cartas escritas por Yose y la otra por Inés, ambas viven en un pueblo zapoteca de la sierra sur, usan papel y lápiz para hacerlo, firman con unos dibujos, la de Yose está llena de corazones de variado tamaño, la de Inés, prefirió firmar dentro de un corazón, por la izquierda dibuja una flor parecida a un girasol, y casi del mismo tamaño que el corazón.
Esta manera de ilustrar las cartas las he vivido y la vivo en los distintos momentos que hemos emprendido proyectos de envío de cartas, no recuerdo con exactitud, cuántas veces lo tomo y lo retomo, pero la disposición de los niños es la misma.
Leo las cartas atento, y reacomodo mis ideas, estas dos cartas llenan el momento y siento que me reconectan el cordón umbilical con la vida escolar que hace dos años despedí.
Quien envía las dos cartas es la maestra Cira, mi amiga costeña que conocí en la sierra mixe de Tontotepec, Villa de Morelos, quedó satisfecha con el proyecto de Mercedes Calvo, quien se fue más lejos, compartió esa experiencia con los niños en la Feria internacional del libro infantil y juvenil, ahora FELIJ, con este sexenio cambio de nombre. Además la experiencia la incluyó en su libro “Tomar la palabra, la poesía en la escuela” editado por el FCE en el año 2015.
A decir verdad nos fue muy bien, y compartimos nuestras alegrías con los niños, así que el acompañamiento de Mercedes Calvo, ha sido parteaguas en la vida de la maestra Cira, que no abandona esta tarea.
Por ello, no deja de compartirme sus novedades, sus tropiezos y sus hallazgos con los niños. Sus conexiones con la palabra escrita y la lectura, donde median los libros. Por su cuenta de Facebook, me entrega estas dos cartas. Y unos días después unas fotografías.
Estas fotos muestran qué es, lo que la motiva. Me cuenta “son libros que estaban en una biblioteca que solo lleva el nombre, estaba patas arriba, la directora me dijo que limpiaron la escuela por eso la usó de bodega, y por eso los libros estaban ahí tirados y amontonados, muchos de ellos se maltrataron, perdieron sus portadas y hasta páginas” la escucho muy agitada en su mensaje de voz.
Ante ese caos, ella se dio la tarea con sus alumnos de cuarto grado, han hecho suya la biblioteca, y sacaron las cosas que estorbaban. “El único refugio seguro estaba invadido, no hay más cosa que valga la pena acá”, continúa Cira, “les dije si ellos podrían curar estos libros, como si fueran sus doctores, recordé enseguida a los niños de la Minerva de Totontepec, que les dijiste que podrán ser los doctores de los libros, eso me acordé y les ofrecí la idea, vi sus caras como de ¿Pero cómo?” y me sigue platicando.
Veo las fotos de los libros reparados o curados para seguir el juego que les propuso la maestra, sobre cartón reciclado, hilo y aguja, los niños tomaron los libros maltratados, los que perdieron sus rostros, con ellos, los han recobrado, los sanaron, les pusieron las mejores caras con letras grandes para los títulos, más pequeñas para los autores y luego las ilustraciones y de fondo colores vibrantes. Como el del “¿Quién ha visto las tijeras?” de Fernando Krahn. Otros un árbol y una flor, o un cactus sobre fondo negro.
Estas portadas se las encargo Cira a todos, cada uno escogió de uno a dos libros, para curar, “así sabrán ser buenos doctores, no deben abandonar a sus pacientes, ni intenten matarlos o los dejen inválidos”. Ríe y así, todos rieron, me entera.
Otro de los logros de Cira, y el uso de la biblioteca es sobre Juan Diego, niño que según ella debía estar en sexto, pero es repetidor en su clase. “Tengo una practicante (alumno de una Normal que hace sus prácticas profesionales) que se ocupó de él, leyeron los libros, y para cuando se les entregó la tarea de llevarse los libros a casa para seguir disfrutándolos. Juan Diego, desesperado buscaba el libro de ¿Quién ha visto las tijeras? Porque tiene poco texto” aseguró la maestra.
Una grata sorpresa la escucho decir: “Ante tanta maravilla, pronto te depositaré tu pasaje, solo tu pasaje ¡eh! y pobre de ti si no vienes a conocerlos” así que San Isidro Llano Yerba, Santiago Textitlán, Sola de Vega. Ya resuena en mi cabeza.