El último panza de burro: el arte de los sombrereros en Miahuatlán de Porfirio Díaz 

Por Einar Yonadab Barragán Vásquez

#Oaxaca 19 Jul (#Istmopress) – Fernando y Lucino Martínez García de 84 y 83 años, son los últimos maestros sombrereros que se dedican a realizar el sombrero panza de burro en Miahuatlán.

Él y su hermano llevan el oficio en la sangre, el señor Fernando relata que su abuelo paterno José Martínez (1882) fue sombrerero al igual que sus bisabuelos, por lo que algunas de las herramientas que usan ya tienen más de 200 años.

Se le denomina “sombrero panza de burro” por la semejanza que tiene con el estómago del animal y su uso, de acuerdo con los artesanos, data del año 1800, aunque no se tiene un registro exacto de la primera vez que se portó este elemento, para la época de la independencia ya era indispensable, esto lo confrman por la información de la herencia familiar. 

Los hermanos Martínez García, iniciaron su labor a la edad de 12 años. Don Lucino menciona que a él no le gustaba la escuela, así que decidió hablar con su papá, quien no estuvo del todo de acuerdo en que la dejara, pero le enseñó el proceso de la creación de sombreros.

La tradición familiar era importante en la sociedad de ese entonces, por lo que antes de realizar otro oficio se tenía que aprender primero el de casa y después pedir permiso al padre para realizar otro.

Don Fernando explica que ser sombrerero no es un trabajo que deje ingresos suficientes, por lo que debe buscar nuevas maneras de conseguir más ganancias, con voz fuerte, agrega la frase:

“yo tengo siete oficios, 14 necesidad”

Los hermanos, no sólo se dedican a la creación de sombreros, dicen que no pueden mantenerse con lo que ganan de esto, don Fernando realiza “tocadas” musicales junto a su hijo del mismo nombre, quien padece de una discapacidad visual, también trabajó en la capital del país, como fontanero y plomero, pero en la actualidad sólo trabaja en el pueblo y don Lucino se ha dedicado a ser peluquero en su casa.

Anteriormente, los artesanos creaban una docena de sombreros a la semana, velaban y madrugaban para realizarlos, pero con el paso del tiempo y el desuso de esta prenda, la fabricación se redujo a un sombrero por semana y debido a su edad ya no son tan rápidos como lo eran en la época en la que los sombreros tenían su auge.

La magia del sombrerero

La magia inicia en un pequeño taller de lámina y madera, donde los sombreros nacen de las manos de artesanos que han realizado este arduo trabajo por más de 70 años.

Los materiales que se utilizan principalmente son la lana de borrego con un costo de 20 pesos el kilogramo, brea de copal colorado en 700 pesos el kilo y la cera de colmena de abeja con un valor estimado en mil 500 pesos por kilogramo, anteriormente ellos recogían los materiales, no los compraban, pero con el paso del tiempo, estos insumos se adquirían de comerciantes que provenían de Santiago Llano Grande. Actualmente el material es escaso y se ha complicado encontrar proveedores que vendan calidad, ya que los comerciantes cambiaron los borregos por el pelibuey, un tipo de oveja sin lana.

Algo peculiar de la lana que ellos utilizan, es que debe ser especial para sombrero, puesto que dicen, si se extiende más de lo necesario, en extremo se hace fina, por lo que se vuelve inservible, así que encontrar un buen proveedor de lana es importante, mientras que la brea de copal colorado que usan no es olorosa a diferencia del copal utilizado en las celebraciones de Día de Muertos (copal blanco).

“Quedaríamos en el recuerdo”

Don Fernando, ante la pregunta ¿qué pasaría si los sombreros se extinguieran? respondió con voz entrecortada: “los sombreros quedarían en la memoria colectiva de los pobladores miahuatecos”.

Don Lucino formó a varios sombrereros de la región, pero estos no se dedican a trabajarlo, aunque hay personas que saben realizarlos, no hay quienes se consideren maestros y los hagan cotidianamente.

Añade que un joven de Oregón, Estados Unidos, investigó acerca de los sombreros y aprendió a realizarlos, lo que le tomó alrededor de tres semanas, pero que él tampoco estaba decidido a trabajar en ello.

El artesano menciona que una de las limitantes para ejercer este oficio es lo demandante que es, ya que en ocasiones se tiene que velar o madrugar para realizarlo y asegura que muchos de los que han querido aprender no pasan del proceso en que se utiliza el agua hirviente, ya que se queman y su cuerpo no está acostumbrado a esta experiencia, dice que “les falta callo”.

Don Fernando y don Lucino vuelven a su taller a preparar más piezas de esta indumentaria que tienen por encargo y que podrían convertirse en los últimos sombreros que alguna vez el municipio de Miahuatlán de Porfirio Díaz albergó y que así como entre sus cerros y montañas nacieron, terminarán algún día.

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