Xiñe nga nuu gueu sica ni binibia’ Eduardo Vicente

Por: Víctor Fuentes

Para conmemorar el día internacional de la lengua materna el Taller Guiriziña ubicado en San Blas Atempa, me invitaron a presentar el cuento «Xine’ ga gueu ga raugame ga bere ngula ga» cuyo trabajo de traducción estuvo a cargo del Maestro David Eduardo Vicente Jiménez, que ha estado colaborando con el proyecto Endiess Oaxaca Multilingüe y con la Biblioteca Juan de Córdova de la Fundación Alfredo Harp Helú.
Con un emotivo público de la localidad y con presencia del traductor quien nos compartió la lectura del cuento en la versión Zapoteco e invitó por voluntad a una poeta que leyera la versión en español para el disfrute de todos.

Acá les comparto lo que comenté y leí durante mi intervención.

Escribir un cuento en tiempos en que la mayoría de los niños se pasan horas pegados a sus dispositivos electrónicos es un franco desafío ¿Sería interesante seguirles el juego a las tecnologías y hacer una serie de animación de estos personajes?, ¿Esta es una pregunta y a la vez un deseo?
Como quiera que sea, elegir un cuento y luego traducirlo en la lengua materna, en este caso el diidxazá de la comunidad de San Blas Atempa. Es en verdad un atrevimiento, sabiendo que muchos niños del istmo ya no hablan la lengua, generaciones de padres que no hablan la lengua, y sus hijos dejarán de hacerlo entre poco, si es que, no se han adelantado.
Hace cincuenta años, el miedo era un principio para los padres en la región del istmo, se los pasaban a la imaginación de sus hijos, nos contabamos los que ahora somos los adultos y esa época niños, nuestra infancia estuvo marcada por el asombro, vivíamos en carne viva si andaba por el pueblo el bi’cu’ yu’ba’. O ca Bidxaa, ne ca bixe, nos asustaban al caer la noche, cada noche.
Algunas de nuestras madres nos arrullaban con Tanguyú o Gasisi nana. El mundo no era distinto al de ahora, solo era una época, cuando ellos, nuestros padres y nuestros ancestros sabían del valor de la mentira, el guendala’si, las narraciones o ca gendala’si. Eran nuestras historias que contenía los prerrequisitos de los cuentos clásicos, más allá de nuestras fronteras reales
e imaginarias.

Hacer aparecer un relato contado entre animales, es un sueño de fábula, nos hacía falta las dos situaciones, la voz que narra y el suceso, sin doble moral, sin prejuicios, esta narración nos advierte que la mentira y el engaño son dos cosas distintas, todo el pueblo cree y uno más intrigante siembra la duda, indaga y descubre la mentira y la revela, ocupa el lugar del héroe.
Cuánta emoción nos trae, conocerlo. La alegría que nos motiva a creer que todavía se puede confiar, que aún podemos encontrar una rendija luz, una comisura que guiña, una guía, y también confiar que este libro: «Xine’ ga gueu ga raugame ga bere ngula ga» a los niños, les será grato, será bien acogido por los adultos, se lo vamos a agradecer a su autor.
Todos podemos compartirlo, como una honda necesidad, la más apremiante por traer a la
luz la voz de quienes nos arrullaron, nos hablaron en diidxazá desde el corazón, y que aún es posible hacernos arder el alma tiernita del binnizá que somos.
Y también pensar y creer que el libro de papel no se pierda en medio de tantos cables que, así como vamos tan aprisa, un día se tragará las palabras, harán que desaparezca el papel, luego de ello, volveremos a oír los cuentos bajo la luna, bajo el árbol de pochote, o bajo una tarde lluviosa. De esa manera acurrucarse en los escenarios menos dramáticos, más cálidos, que nos quite la sed y ver pasar más cauteloso al coyote que se come a las gallinas más grandes o se trague al gallo mentiroso que Eduardo Vicente, nos contó un día. Que así sea. Para siempre.

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