La carta de Scarleth Nicole/ Víctor Fuentes
A dos días de iniciar mi trabajo como director en la escuela primaria Emiliano Zapata de Chicapa de Castro, opté por varios cambios, lo veía justo. Venía cargado de una satisfacción enorme, de un año de labor enHuamúchil, de degustar exquisitos manjares a base de pescado y algunos mariscos, el sol calentó mi cara como quiso y el mar me entristeció, pero me llenó de bríos, me hizo oírlo en los vientos del sur.
Mi piel todasalada, laseguía sintiendo como cada grano de arena. Llegó diciembre delaño 2016, ha pasado otro año entero en Chicapa de Castro. Encuentro nuevos niños, nuevos docentescon quienes iniciar otros proyectos.
Pero uno nose despega tan fácil deloque lo hace sentir bien, sentir que sirve lo que se hace, para bien o para mal. Estar seguro que lo que se aporta puede cambiar lavida delos niños, de los maestros, los padres delos niños y quizás muy remoto a algunos habitantes de la población.
Estar un año en el mismo sitio, y ver pasar todo lento, me provoca hacer comparaciones, echar mano de la microhistoria de la escuela. Estafuncionó hasta el año 2010, en el turno vespertino, luego se hicieron los trámites para cambiar de turno, de modo que ami llegada llevaba 6 años funcionando en casas particulares primero, luego al sitio actual en casas de cartón.
Cuando arribé vi un campo desolado, el mismo que busqué por curiosidad en Google Map, un patio que entrecruza avenida y manzanas, que sirvepara todo, se practica futbol, y las clásica cascaritas de los niños en el recreo. Un árbol de huanacaxtle, salva de achicharrarnos, y se empeña en cobijar todo el terreno, nadie lo ha podado, sus ramas más débiles se van secando de manera natural, y el intendente, cuando puede con un puntal los retira.
Encontrétambién una hilera de salones,que los divide un muro a manera de mocheta, solo sirve para delimitarlos cinco espacios, se ven como cajones sin paredes por el lado norte, sin ventanas y puertas por el sur. Toda la obra se construyócon bloques de cemento, después de retirar las láminas de cartón, luego se incorporó un espacio más para albergar una cocina de tierra, para ofrecer servicio de desayunos escolares, que yano existía a mi llegada.
Existe un solo salón como los que edifica el IEEPO, donde se resguarda todolos materiales del intendente, los de edición física, sirve de salón a la maestra que atiende los niños de primergrado, varios materiales como computadoras de escritorio, una dotación de 6 que el director anterior solicitó y gestionó en elTecnológico de la ciudadde Oaxaca, se las dieron con una nota aclaratoria, a pie de página. Lo leí en el documento que se archivó en la escuela. Dice: Después de 10 años de uso continuo para ellos ya las tienen que cambiar. Por obsoletas, están arrumbadas desde entonces por faltade espacio donde instalarse, por falta de solvencia para su mantenimiento y verificar sí, por si acaso sirven aún.
¿Cómo empezar ante tanta carencia? Empecé, (creo sin empezar aún) porel mero principio. Imaginé y me instalé en la ensoñación. No recurrí aningún trámite, no quise hacer la labor de gestión, pensé y pienso que no debemos pedir nada como limosnero, tampoco se puede ser lambiscón con los que tienen la obligación de proveer por ley y responsabilidad, los recursos a las escuelas.
Así dejé las cosas a su curso, llegó la Agenta Municipal a la escuela promoviendo nuestra incorporación al programa: “Escuelas al 100”, porque otrasescuelas delalocalidad lo rechazaron, eso era una promesa para construir al menos unos salones. Luego hubo confusiones y las escuelas siempre tomaron los recursos del programa y nosotros quedamos varados.
En esa visita hablé del proyecto que imagino, que deseo un edificio distinto, me gustaría una escuela con base en los principios de construcción de manera sostenible. Se lo hice saber al comitédesdela primera asamblea de padres, pero estas cosas están lejanas en la cabeza delospadres, de los docentes.
He imaginado que una universidad podría interesarse en apoyar para concepción y materialización de estas ideas bocetadas. Pasa un año, y todavía está en papel y en mi cabeza esa escuela que nos haga no solo diferentes sino, más humanos, más cercanos con el medio.
Hace apenas unos días, probé recurrir a solicitar tan solo dos pizarrones para sustituir los de gis, me encontré con un funcionario amable, me recomendó que me concentre en solicitar nuestra incorporación al programa Escuelas al 100. Y casi casi me restriega a la cara, que me deje de nimiedades.
Al despedirme de él. Me quedé sentado bajo la primera sombra que encontré, la de un gichahuela’, bajo su intenso perfume recordé la carta que me envió una niña, que en ese año cursaba el tercer grado.Ella es Scarleth Nicole. Querido Director
Me gustaría que arreglara la escuela y los salones porquecuando hay frio nosmorimos de frio y cuando hace calor nosmorimosde calor ¡Ah! y gracias por el chocolate.
Después de un año, eshora de insistir, de coordinar, ojalá encuentre unauniversidad queseinterese en el proyecto, edificar de manera sostenible, con materiales propios de nuestra región del istmo, gente que aprecie la arquitectura vernácula, la arquitectura de tierra. O que unarquitecto plasme las ideas recuperadasde los niños, delos maestros, de los padresy de mi parte.
Mientras tanto, a un año, me dediqué a formar junto conlos niños una cultura del nosotros, de una escuela que le faltatodo, pero que no ignora lariqueza que posee, los saberes de cadaniño. De eso me he encargado, prestarle mayor atención a lo que piensan, opinan, en suma. Revalorar y redimensionar qué somos, qué tenemos y que deseamos de verdad tener.