Metáfora cultural
07 jul (#Istmopress) .-Casi siempre somos los agachados, los jodidos, discriminación acentuada y todos los terminamos aceptando la proyección del otro sobre nosotros, de manera recurrente damos por sentado que los maestros somos quienes debemos solucionar los problemas más apremiantes de nuestros niños, asumimos esa responsabilidad reproduciendo la actitud paternalista, la misma que el sistema utiliza para los rezagos ancestrales. Quizás es nuestra arma más eficaz, por no decir inmediata, ya decía Eduardo Galeano, nosotros los nadie, que no practicamos ni tenemos cultura sino folclor.
Esta disyuntiva, de no tener cultura y solo folclor, digo tenemos, en posesión de aceptar que tenemos una cultura “distinta”, pero sucede algo extraordinario en el colectivo imaginario, esperamos que otro, (el estado, a partir de sus intelectuales) apruebe ese cumulo de saberes cotidianos, poniéndole etiquetas, de esa manera asegura seguir reproduciendo la cultura dominante. Su cultura. Y nos hace ver que la nuestra es distinta.
Los docentes, muchas veces ignoramos que todos somos entidades culturales, a través de nuestra interacción con el otro, producimos y consumimos cultura, un hilo imperceptible y, entonces sin esta interacción superficial o profunda del quehacer cotidiano, estemos donde estemos nos hace ser como somos.
Todos debíamos reconocernos como seres pensantes y con las mismas posibilidades de crecer, en todos los aspectos de nuestra integridad, ser ético y tener los mismos sentimientos de reciprocidad para hacer crecer el grupo al cual estamos inmersos.
Esta reproducción está casi siempre, volátil, es como un desapego al que nos sometemos, haciendo que el otro cree símbolos, construya rostros nuevos o de significados a nuestro diario acontecer, desde una interpretación de su saber (y poder) cultural.
El investigador capacitado, puede valerse de puntos de vista propios o recurrir a las fuentes, a lo que se ha dicho, escrito, visto o documentado de estos grupos culturales, todo para acercarse a una aproximación de lo que somos como comunidad productora de cultura.
Si pudiéramos dimensionar esta dinámica de interacción, que imprime sello característico en nuestra manera de relacionarnos, con otras culturas, estaríamos quizás, no siempre dispuestos a querer ser como el otro, encontraríamos necesario ser como somos, y no aceptar de facto la manipulación, imposición, quizás subliminal de la cultura ajena, lo más interesante sería tomar lo útil, lo acertado de esa cultura que nos apasiona.
Estaríamos lejos de una simple calca, además inconsciente, enajenada, en una reproducción burda, de lo que la otra cultura dice poseer en detrimento de la propia. Es así como la sociedad. En el caso del colectivo de maestros se han empeñado, si no todos, la inmensa mayoría en la inclusión (forzada o voluntaria) al grupo social de mejor prestigio, haciendo una copia caricaturesca, de una vida social y cultural ajena a la suya. Muchas veces en nombre de un progreso personal.
En el gremio magisterial, es frecuente persuadir al otro (docente o no) recordándole con insistencia de una conciencia de clase, esta insistencia se arropa en una falsa creencia de que si poseo más pertenezco llanamente a la clase política, cultural y social privilegiada, la que termina diciéndonos que somos el rostro del folclor en México. Que somos entonces los olvidados, los marginados, los empobrecidos a ultranza. Y ellos siempre son inalcanzables.
En otras palabras, cada uno es portador de una cultura subvalorada a veces hasta por uno mismo, de ahí, la necesidad de aprobación, esperamos impacientes lo que diga el otro, sobre nosotros, y renunciamos a mantener los símbolos, el poder con que éstos, nos representan ante las de más culturas.
Renunciamos, a los elementos imprescindibles como la lengua, tecnología, organización comunitaria, arte, vestido, gastronomía, entre otros. Aprendemos a renunciar sin más para proscribirnos a los modelos globales. Estar pendientes de cómo debemos ser, ante los otros. Y estos a su vez observan nuestros comportamientos.
Cuando perdemos la capacidad para pensar más allá, que de lo que estamos hechos es cultura, se torna difícil, transgredir la inercia cotidiana, no defendemos y no nos importa, por nada nuestra manera de ver y actuar en el mundo, pensamos (cuando lo hacemos) que hay gente inteligente para demostrárnoslo. Etiquetamos países en desarrollo y pensamos que nunca podremos llegar a ser como ellos, que los ricos del mundo están solo en Dubái.
Este desapego, no es fortuito, la investigación es una palabra mayúscula entre docentes, a lo largo de la vida académica del profesor, las normales promueven y depositan métodos actualizados para poseer herramientas y estrategias y, así asumirnos como investigador de lo que se enseñanza y se aprende.
Pero esta oportunidad vuelve a caer en la mediocridad una vez abandonado los institutos, pasa a segundo término, a pocos años el nuevo maestro ya tiene las mismas deficiencias y prácticas de los viejos profesores. Esta carencia mina la capacidad de transformación, mina todo intento de esperanza para ofrecer oportunidades de interactuar en nuestra propia cultura y la del mundo.
Esta debía ser la máxima responsabilidad de todos los docentes, encontrarse en todos los sentidos con la cultura, para poder trastocarla, transformarla, reproducirla y recrearla una y otra vez, ciclo tras ciclo. Conservo la certeza que una nueva generación de docentes estará dispuesto a defender los derechos de todos, el derecho a conocer, saber, practicar y difundir, y que al reconocer al otro culturalmente, sea un poseedor de directrices, un visionario, capaz de proponer, organizar proyectos y, sobre todo, consciente de la realidad y ser siempre capaz de emanciparse.
Víctor Fuentes