Sobeida Díaz, Nuestra Señora de las iguanas / Jorge Magariño
Para Graciela Iturbide
“Desde niña era muy trabajadora, ya mayor, vendía de tooodo, huevos de tortuga (frescos, oreados, secos), gallinas, huevos de gallina, y cuando se llegaba el tiempo en que florece el guiechachi, la tía Bey compraba las flores por jícaras, para luego ensartarlas y vender los collares. Era muy movida, no descansaba. Pero también era muy alegre, muy fiestera, las pachangas eran lo suyo, y le encantaba echarse sus cervezas, como buena juchiteca que era”.
Así, con estas líneas de palabras, con una su mirada como buscando a la tía en el recuerdo, retrata una muchacha morena a su tía Bey, Sobeida Díaz Santiago, que fue captada por la fotógrafa Graciela Iturbide allá por mil novecientos setenta y nueve, en aquella famosa imagen que la artista nombró “Nuestra señora de las iguanas”.
Numi Díaz continúa hilando en la memoria: de joven echaba tortillas para vender; afuera de las velas, a la entrada, ofrecía cartones de cerveza para que los asistentes compraran y cumplieran con su aportación a la fiesta. En diciembre, cuando la gente llevaba en procesión a la Santa cruz de los pescadores, hacia la Laguna superior, su marido Francisco uncía los bueyes a la carreta para ir a venderles cocos a los peregrinos. Él era caporal de rancho. Tuvieron seis hijos, cuatro mujeres y dos hombres.
“La tía Bey era muy consentidora con sus sobrinos, en sus cumpleaños ella les regalaba piñatas y globos. Conmigo era muy especial, por ella conocí muchas cosas de Juchitán, me contaba cuentos, me enseñaba canciones infantiles o en zapoteco, yo diría que era mi abuela, aunque en realidad era hermana de mi papá. Fue la tercera de diez hijos que pudieron tener Luciano, de oficio huesero, y Cirila, que se pasó la vida junto al horno echando tortillas.
¡Era muy novelera! Iba todos los días a mi casa para verlas por un buen rato. Acabando sus novelas, jugábamos a la chalupa, que es como le decimos a la lotería. Cuando nos aburríamos, me cantaba “la gallina pupujada, puso un huevo en la bajada”, y nos reíamos bastante”.
Mientras la vida pasa allá afuera, y en la calle silban los autos, pasan raudos los mototaxis y los peatones se arriman para torear todo tipo de vehículos, Numi toma un sorbo de su refresco frío, retoma la madeja del recuerdo y sigue: Sí, era de buen tomar y buen comer, todos los años festejaba el aniversario de su nacimiento, que fue un veinticuatro de agosto.
“Uuuy, no se perdía ni un solo mitin de la Cocei, salía muy oronda de su casa, una casita chiquita que tenía en el barrio de Cheguigo, vestida con su huipil rojo rojo; yo creo que hizo lo mismo desde que se fundó la Cocei. Ahí la veías en las marchas o gritando vivas en el centro de Juchitán, frente al palacio.
Decía que era muy famosa por la foto que le tomó la señora Graciela Iturbide. Según ella que no se dio cuenta cuando la estaban retratando. La artista le regaló dos fotos y un libro, ese que creo que se llama Juchitán de las mujeres. La tía Bey regaló las tres cosas, una de las fotos se la dio a su amigo Deyo de Gyves; bueno, eso dice una de sus hijas”.
(Iturbide ha comentado que esa mañana, en el centro de Juchitán, le había hecho algunas tomas, de pronto Sobeida levantó un poco la mirada y las iguanas que llevaba en la cabeza como que se pusieron de acuerdo y alzaron la testa, como posando para la eternidad)
“Yo conocí esa imagen a los diez años, ahora tengo veintidós. Íbamos pasando por la tintorería que está aquí a la vuelta, entonces mi mamá me dijo: mira, es tu tía Bey”.
El veinticuatro de enero de dos mil cinco falleció en el parque central. Esa mañana había desayunado frito de puerco, un poco más tarde comenzó a sentirse mal, subió al consultorio que se halla en los altos del palacio municipal, ahí le dieron unas pastillas. Poco después, sufrió convulsiones y cayó al suelo. La llevaron al hospital general, pero fue inútil, la muerte se instaló en su cuerpo casi al caer.
“La regresaron a la casa envuelta en unos trapos blancos. Quedé mirando al bulto, no podía creer que eso era mi tía Bey, la que yo amaba tanto. No pude llorar. La velamos y la enterramos en el panteón Domingo de ramos, donde ella, cada año, en esa fecha de la cuaresma, visitaba la tumba de sus papás; ahí se quedaba todo el día”.
Ahora es el escribidor quien deja suelto al duende de la imaginación, para traer de vuelta a Sobeida, la tía Bey, instalada de pie, a media calle, frente al parque, mostrando una amplia sonrisa, con los brazos en jarras, con la mirada hacia un cielo pintado de azul brillante, mientras las iguanas que se anidan en su cabeza, sobre la negra cabellera, conversan animadamente.
Santa María Xadani, primer día de septiembre, 2016.
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