Leer desde el fogón / Víctor Fuentes
El humo salía por todas partes del fogón, solo a un inexperto le puede pasar esto, después de 27 años de tomar con regularidad lápiz o gis, es notorio que esto puede ocurrir, la cocina abandonada por dos años cuando mucho, esa mañana vio brillar chispas que se mezclaban con el humo intenso, que invadía los galerones que sirven de salón, asfixiando a los niños y sus maestros.
Con todo, nadie decía nada, ni se inmutó para acercarse a ver qué ocurría, toda la parte de la mañana, antes del recreo transcurrió en procurar la llama, preparar el recipiente para el agua caliente, encontrar los vasos de melanina resguardo del anterior servicio de cocina.
Después de cuarenta minutos de trajín. Una de las tres maestras se asomó a curiosear, fue cuando le dije mi intención de servirle café a los 86 niños de la escuela, le ofrecí la primera taza hirviente, no dudo en servirse café directo del frasco de 70 pesos, ella se encargó de quitarle el papel plateado que lo protege, se sirvió azúcar al gusto, que yo mismo había dispuesto en 4 tazas para que cada niño se sirviera con mayor facilidad. Encontró entre los enceres tiznados una bolsa de cucharas desechables y me ayudó a lavarlas y secarlas.
Después de sorber el café, se ofreció a ayudarme avisar a los grupos, empezamos con los de primero hasta terminar con los de sexto grado, los niños emocionados preguntaban dónde estaba el café, pues veían la taza llena de agua entre hirviente y tibia, humeante para otras tazas que recién se servían desde la fogata.
Esperé que varios de ellos se sirvieran, uno de los 11 dijo que era la primera vez que tomaba café de este tipo, que en su casa sólo le sirven el que sale de un sobre, otro dijo entonces no has tomado el capuchino, yo sí, ya lo tomé en Juchitán, una tía me lo invitó. Sabe rico, grito uno más que rodeaba la mesa.
No dejaban de hablar, movían sus manos y la maestra les advirtió tuvieran cuidado de no derramarse el líquido, entre tanto, saqué de mi mochila un libro delgado, era la primera vez que lo haría frente a este grupo, no sabía cómo reaccionarían. Sin embargo me aventuré, les hablé un poco de su contenido y sus ilustraciones, leí los nombre de sus autores y también les dije que el zapoteco en el que está escrito yo no lo entendía, así que no podría leérselos, hicieron muecas raras. Fue cuando les propuse, bueno, lo leo en español. Rieron y me escucharon.
“La niña que siempre tenía hambre” se dejó escuchar entre los comensales, dejé pausa suficiente para que admiraran las imágenes, algo de lo que quiere contar el cuento se encuentra también en las ilustraciones por ejemplo, la abuela viste como sus abuelas de enagua y huipil bordado, los padres también, ella de enagua y él con camisa de manta, y a lo más en cada página va incorporando objetos artesanales de lugares distintos de Oaxaca. Por esta riqueza visual, les di tiempo suficiente para despertar la curiosidad sobre este mosaico cultural.
La niña es una hambrienta ni bien acabada de beber algo termina gritando tengo hambre, y esta frase me sirvió para jugar con distintos tonos y exagerar un poco para captar la atención y seguir la historia.
Es interesante observar lo que pasa al leer el mismo libro 6 veces el mismo día, con los niños de sexto grado por ejemplo, dude un poco, sé que es un libro clasificado (según el programa Libros del Rincón surgidos en los 90’) para los más pequeños, pero la emoción fue más intensa, hasta me pedían ver las ilustraciones, o comentaban a la par que les leía que ellos conocían una persona igual a la niña “es un tragón de primera” según sus propias palabras. Para ser la primera vez, creo que lo hice bien.
Llevar libros propios, leerlo con regularidad y procurar la bebida fría o caliente adaptándonos al menester del tiempo, es una actividad que no quisiera fuera cayo de la rutina, han sucedido varias lecturas de distintos temas, historias y géneros: poesía, chistes, adivinanzas, leyendas entre otros. A la par varían las bebidas, atol de varios sabores, champurrado, aguas frescas de frutas de la temporada. La vez que tomamos de tamarindo Alan, dijo en zapoteco “Tamarindu rigui’ ndu’ y se sonrió. Hemos salido a beber champurrado desde el fogón de la casa de Na Bina, a seis cuadras de la escuela, ella bate y sirve las tazas a 3 pesos.
Una vez todos acomodados, ocupo un lugar donde todos vean las imágenes luego continuo leyendo en voz alta. Na Bina dice que soy un ben director, no sé si sea verdad o es una adulación bastante intencionada, pero me satisface hacerlo, y Na Bina no paró ahí arremetió contundente, apenas vio salir al último maestro con sus niños “Que bárbaro, qué clase de maestros, o las maestras ninguna te ayudo a lavar las tazas, pobre”, dijo Na Bina.
Mientras escurría las tazas, ella me pregunta si también compraba los libros, y dónde los compro. “Están caros xa nja’ “me preguntó casi afirmando.
Los libros en efecto, algunos quizás muchos, los he adquirido a lo largo de mi vida de maestro, por 8 años, trabajé como ATP (Asesor Técnico Pedagógico) de ese cargo tuve la fortuna de que mi jefe inmediato nos conectara con los almacenes del programa libros del rincón en la capital, cada vez que iba me daba tanta tristeza ver esa bodega repleta de cajas ajadas, cajas y cajas dañadas de estos libros, yo mismo pepenaba los dispersos y amontonados como cosa inservible, llenaba una caja entera para mí, luego mis compañeros hacían lo mismo, la otra vía fue que cada vez que llegaban los paquetes a la oficina para entregárselas a las escuelas de la zona, nos quedábamos con los sobrantes, o el mismo jefe de sector, solicitaba de ante mano un paquete para cada uno de nosotros.
Creía con certeza que estaba haciendo lo justo, quien promueve la lectura su deber es leer y leer libros antes que otra cosa. Es así como tengo la mayor cantidad de libros. No tantos pero suficientes para compartiros cada vez que se pueda.
Así fue como los he adquirido, esto claro no fue necesario decírselo a Na Bina, me llevaría tiempo explicárselo sólo le dije que sí los compro, pero también me los han regalado y me los siguen regalando. Su sonrisa perduró mientras se lo decía “Galan xa, ne galan rula’dxu gu’ndalucani. Concluyó más sonriente.
Las lecturas en efecto continúan desde enero de este año hasta hoy. Algunos niños motivados me han dicho, los de sexto grado incluyendo a Alan, el del “Tamarindu rigui’du’” un par de niñas, me vieron leer en la cocina, uno de esos días de intenso calor, ellas pedían más aguas frescas, les dije que sí, y se sirvieron, luego me acompañaron a hojear los otros libros que tenía a la mano, y al despedirse dijeron tímidas “A usted le gustan los libros ¿Verdad?”
Reconozco que no sólo me gustan. Me apasionan, sobre todo los de literatura infantil, me reconforta encontrarle el ritmo, el tono apropiado a cada personaje, leer entre líneas, comprenderlo, buscarle otros finales como el maestro Rodari, y su propuesta de tres finales distintos para el mismo cuento, es maravillo recrearse y crear una posibilidad mejor de acercar la lectura a cada niño que se tenga enfrente.
Víctor Fuentes.